Comentario
Martes, 1.º de enero
A media noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga para traer el ruibarbo. Volvió a vísperas con un serón de ello; no trujeron más porque no llevaron azada para cavar; aquello llevó por muestra a los Reyes. El rey de aquella tierra diz que había enviado muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a saber de la Pinta y el marinero y no la hallaron. Dijo aquel marinero que veinte leguas de allí habían visto un rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y vido también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante que el rey Guacanagarí debía de haber prohibido a todos los que no vendiesen oro a los cristianos, que pasase todo por su mano. Mas él había sabido los lugares, como dije antier, donde lo había en tanta cantidad que no lo tenían en precio. También la especiería que como comen, dice el Almirante, es mucha y más vale que pimienta y manegueta. Dejaba encomendados a los que allí quería dejar que hobiesen cuanta pudiesen.
Miércoles, 2 de enero
Salió de mañana en tierra para se despedir del rey Guacanagari e partirse en el nombre del Señor, e dióle una camisa suya, y mostróle la fuerza que tenían y efecto que hacían las lombardas, por lo cual mandó armar una y tirar al costado de la nao que estaba en tierra, porque vino a propósito de plática sobre los caribes, con quien tienen guerra, y vido hasta dónde llegó la lombarda y cómo pasó el costado de la nao y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también un escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al cacique que no hobiese miedo a los caribes aunque viniesen. Todo esto diz que hizo el Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba, y por ponerle miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la casa donde estaba aposentado, y a los otros que iban con él. Encomendóle mucho el Almirante a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo Escobedo, que dejaba juntamente por sus tenientes de aquella gente que allí dejaba, porque todo fuese bien regido y gobernado a servicio de Dios y de Sus Altezas. Mostró mucho amor el cacique al Almirante y gran sentimiento en su partida, mayormente cuando lo vido ir a embarcarse. Dijo al Almirante un privado de aquel rey, que había mandado hacer una estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante, y que de desde a diez días le habían de traer. Embarcóse el Almirante con propósito de se partir luego, mas el viento no le dio lugar.
Dejó en aquella isla Española, que los indios diz que llamaban Bohio, treinta y nueve hombres con la fortaleza, y diz que muchos amigos de aquel rey Guacanagari, e sobre aquellos por sus tenientes a Diego de Arana, natural de Córdoba, y a Pedro Gutiérrez, repostero de estrado del Rey, criado del despensero mayor, e a Rodrigo de Escobedo, natural de Segovia, sobrino de Fr. Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de los Reyes tenía. Dejóles todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar para los resgates, que eran muchas, para que las trocasen y resgatasen por oro, con todo lo que traía la nao. Dejóles también pan bizcocho para un año y vino y mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros que eran los más, fuesen, cuando viesen que convenía, a descubrir la mina del oro, porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro; y lugar donde se asentase una villa, porque aquel no era puerto a su voluntad, mayormente que el oro que allí traían venía diz que del Leste, y cuando más fuesen al Leste tanto estaban cercanos de España. Dejóles también simientes para sembrar, y sus oficiales, escribano y alguacil, y un carpintero de naos y calafate y un buen lombardero, que sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y todos diz que hombres de la mar.
Jueves, 3 de enero
No partió hoy porque anoche diz que vinieron tres de los indios que traía de las islas que se habían quedado, y dijéronle que los otros y sus mugeres venían al salir del sol. La mar también fue algo alterada, y no pudo la barca estar en tierra. Determinó partir mañana mediante la gracia de Dios. Dijo que si él tuviera consigo la carabela Pinta, tuviera por cierto de llevar un tonel de oro, porque osara seguir las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser solo, porque no le acaeciese algún inconveniente y se impidiese su vuelta a Castilla y la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegaba a salvamento en España con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo que deseaba; pero porque no sabía de él, y porque, ya que vaya, podrá informar a los Reyes de mentiras porque no le manden dar la pena que él merecía, como quien tanto mal había hecho y hacía en haberse ido sin licencia y estorbar los bienes que pudieran hacerse y saberse de aquella vez, dice el Almirante, confiaba que Nuestro Señor le daría buen tiempo y se podría remediar todo.
Viernes, 4 de enero
Saliendo el sol, levantó las anclas con poco viento, con la barca por proa, el camino del Norueste para salir fuera de la restringa, por otra canal más ancha de la que entró, la cual y otras son muy buenas para ir por delante de la villa de la Navidad, y por todo aquello el más bajo fondo que halló fueron tres brazas hasta nueve y estas dos van de Norueste al Sueste, según aquellas restringas eran grandes que duran desde el Cabo Santo hasta el Cabo de, Sierpe, que son más de seis leguas, y fuera en la mar bien tres, y sobre el Cabo Santo una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y dentro del dicho cabo, de la parte del Leste, hay muchos bajos y canales para entrar por ellos; y toda aquella costa se corre Norueste Sueste y es toda playa, la tierra muy llana hasta bien cuatro leguas adentro. Después ay montañas muy altas, y es toda muy poblada de poblaciones grandes y buena gente, según se mostraban con los cristianos. Navegó así al Leste camino de un monte muy alto, que quiere parecer isla pero no lo es, porque tiene participación con tierra muy baja, el cual tiene forma de un alfaneque muy hermoso, al cual puso nombre Monte-Cristi, el cual está justamente al Este del Cabo Santo, y habrá diez y ocho leguas. Aquel día, por ser el viento muy poco, no pudo llegar al Monte-Cristi con seis leguas. Halló cuatro isletas de arena muy bajas, con una restringa que salía mucho al Norueste y andaba mucho al Sueste. Dentro hay un grande golfo que va desde el dicho Monte al Sueste bien veinte leguas, el cual debe ser todo de poco fondo y muchos bancos, y dentro de él en toda la costa muchos ríos no navegables, aunque aquel marinero que el Almirante envió con la canoa a saber nuevas de la Pinta, dijo que vido un rió en el cual podían entrar naos. Surgió por allí el Almirante seis leguas de [Monte-Cristi] en diez y nueve brazas, dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restringas que por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso, que el que hobiere de ir a la villa de Navidad, que cognosciere al Monte-Cristi, debe meterse en la mar dos leguas, etc.; pero porque ya se sabe la tierra y más por allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en aquella isla y que hay mucho oro y especería y almáciga y ruybarbo.
Sábado, 5 de enero
Cuando el sol quería salir, dio la vela con el terral; después ventó Leste, y vido que de la parte del Susueste del Monte-Cristi, entre él y una isleta, parecía ser buen puerto para surgir esta noche, y tomó el camino al Lesueste, y después al Sursueste, bien seis leguas a cerca del monte; y halló, andadas las seis leguas, diez y siete brazas de hondo y muy limpio, y anduvo así tres leguas con el mismo fondo. Después abajó a doce brazas hasta el morro del monte, y sobre el morro del monte a una legua halló nueve, y limpio todo, arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y la isleta, adonde halló tres brazas y media de fondo con bajamar, muy singular puerto, adonde surgió. Fue con la barca a la isleta, donde halló fuego y rastro que habían estado allí pescadores. Vido allí muchas piedras pintadas de colores, o cantera de piedras tales de labores naturales, muy hermosas diz que para edificios de iglesia o de otras obras reales, como las que halló en la isleta de San Salvador. Halló también en esta isleta muchos pies de almáciga. Este Monte-Cristi diz que es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y toda la tierra cerca de él es baja, muy linda campiña, y él queda así alto, que viéndolo de lejos, parece isla que no comunique con alguna tierra. Después del dicho monte, al Leste, vido un cabo a veinticuatro millas, al cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte pasan en la mar bien dos leguas unas retringas de bajos, aunque le pareció que había entre ellas canales para poder entrar; pero conviene que sea de día y vaya sondando con la barca primero. Desde el dicho monte al Leste hacia el Cabo del Becerro, las cuatro leguas es todo playa y tierra muy baja y hermosa, y lo otro es todo tierra muy alta y grandes montañas labradas y hermosas; y dentro de la tierra va una sierra de Nordeste al Sueste, la más hermosa que había visto, que parece propia como la sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy altas hacia el Sur y del Sueste y muy grandes valles y muy verdes y muy hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible que no creía encarecerlo la milésima parte. Después vido, al Leste de dicho monte, una tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi en grandeza y hermosura. Y dende a la cuarta del Leste al Nordeste es tierra no tan alta, y habría bien cien millas o cerca.
Domingo, 6 de enero
Aquel puerto es abrigado de todos los vientos, salvo de Norte y Norueste, y dice que poco reinan por aquella tierra, y aún de éstos se pueden guarecer detrás de la isleta; tiene tres hasta cuatro brazas. Salido el sol, dio la vela por ir la costa delante, la cual toda corría al Leste, salvo que es menester dar resguardo a muchas restringas de piedras y arena que hay en la dicha costa. Verdad es que dentro de ellas hay buenos puertos y buenas entradas por sus canales. Después de medio día ventó Leste recio, y mandó subir a un marinero al topo del mástil para mirar los bajos, y vido venir la carabela Pinta con Leste a popa, y llegó al Almirante; y porque no había donde surgir por se bajo, volvióse el Almirante al Monte-Cristi a desandar diez leguas atrás que había andado, y la Pinta con él. Vino Martín Alonso Pinzón a la carabela Niña, donde iba el Almirante, a se excusar diciendo que se había partido de el contra su voluntad, dando razones para ello. Pero el Almirante dice que eran falsas todas, y que con mucha soberbia y cudicia se había apartado aquella noche que se apartó de él, y que no sabía, dice el Almirante, de dónde le hubiese venido las soberbias y deshonestidad que había usado con él aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por no dar lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje, como hasta entonces había hecho, sino que por dicho de un indio de los que el Almirante le había encomendado con otros que lleva(ba) en su carabela, el cual le había dicho que en una isla que se llamaba Baneque había mucho oro, y como tenía el navío sotil y ligero, se quiso apartar y ir por sí dejando al Almirante. Pero el Almirante quísose detener y costear la isla Juana y la Española, pues todo era un camino del Leste. Después que Martín Alonso fue a la isla Baneque diz que y no halló nada de oro, se vino a la costa de la Española por información de otros indios que le dijeron haber en aquella isla Española, que los indios llamaban Bohio, mucha cantidad de oro y muchas minas; y por esta causa llegó cerca de la villa de la Navidad, obra de quince leguas, y había entonces más de veinte días; por lo cual parece que fueron verdad las nuevas que los indios daban, por las cuales envió el rey Guacanagari la canoa, y el Almirante el marinero, y debía de ser ida cuando la canoa llegó. Y dice aquí el Almirante que resgató la carabela mucho oro, que por un cabo de agujeta le daban buenos pedazos de oro del tamaño de dos dedos y a veces como la mano, y llevaba el Martín Alonso la mitad y la otra mitad se repartía por la gente. Añade el Almirante, diciendo a los Reyes: "Así que, Señores Príncipes, que yo conozco que milagrosamente mando quedar allí aquella nao Nuestro Señor, porque es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más acerca de las minas de oro." También diz que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se cogían los pedazos de oro de las minas como granos de trigo. Llamábase diz que aquella isla Yamaye. También diz que supo el Almirante que allí, hacia el Leste, había una isla a donde no había sino solas mujeres, y esto diz que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española o la otra isla Yamaye, estaba cerca de tierra firme diez jornadas de canoa, que podía ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida allí.